martes, 13 de octubre de 2009

Tesis contra el oro.

Muchos economistas anglosajones se oponen – en su propio interés-al retorno del patrón-oro alegando, entre otras, estas razones en contra:
Justificar a ambos lados

1) el oro no tiene más que un valor artificial, arbitrario o simbólico (claro, mientras sea el siervo del dólar);


2) el oro es incapaz de regular los cambios internacionales, como lo venía haciendo hasta 1914;


3) el oro colocaría la economía mundial bajo el control de los productores de oro soviéticos y sudafricanos (cosa improbable, pues el oro no se produce sino con mucho trabajo, no se multiplica a voluntad);


4) el oro provocaría una nueva crisis mundial, si juega el mismo papel que tuviera antes del abandono del patrón-oro;


5) el oro no es el único medio para evitar la inflación monetaria.


Tales son, entre otras, las tesis contra el retorno al patrón – oro. Ninguna de ellas tiene mucha consistencia, ni teórica ni prácticamente, ya que la continuación del “gold exchange standard”, que hizo del oro un siervo del dólar, duró hasta 1974.


La economía mundial y las economías nacionales no pueden seguir dentro de los encorsetamientos del Fondo Monetario Internacional donde el dólar detenta poderes omnímodos de rey de las monedas sin suficientes reservas de oro que garanticen su monarquía absoluta en beneficio del capitalismo de Wall Street.


El oro ha sido denunciado por los keynesianos de todo tipo como sinónimo de atesoramiento improductivo, como el signo de la plutocracia, como algo estéril y no necesario al correcto funcionamiento de la economía mundial, de la ética económica. Y en esta condensación del oro, del “vil metal”, se ha escondido una supuesta posición política de “izquierda”, o mejor dicho, de la tecnoburocracia ideológicamente keynesiana, galbraithiana, a fin de que los tecnócratas, como nueva clase dominante, tuvieran el privilegio de emitir moneda insolvente para todo, sin ningún freno o atadura con respecto a no rebasar la circulación monetaria un determinado porcentaje respecto de las reservas aúreas y de divisas convertibles, a fin de limitar el uso y el abuso de la inflación monetaria.


La tecnoburocracia, enquistada en los partidos social-demócratas, el “socialismo de cátedra”, los dirigistas y planificadores de todo tipo o ideología, con la superabundante moneda elástica, no sometida a ningún control de emisión de papel-moneda, tienen con el poder del dinero, emitido a voluntad de los gobiernos tecno-burocráticos, un Estado-providencia que tanto puede entregar dinero para subsidiar una empresa privada fallida como el crónico déficit de las empresas nacionalizadas donde lo único que se nacionaliza son las pérdidas de las mismas, haciendo así el Estado de sustituto de los dioses, el nuevo Jehová dispensador del “maná”, el gran benefactor según los ideales de la “nueva clase política”, de la “nueva burguesía”. En este sentido, pudieran clasificarse los laboristas, los social-demócratas, los demo-cristianos (paralelos con el socialismo burgués), los economistas tecnócratas (partidarios de la “revolución de los directores”), aunque marquen variantes dirigistas del Estado-providencia, de la gran empresa pública y privada en manos de los directores más que de la burguesía.


Para que el Estado sea omnipotente y omnipresente, sometiendo la sociedad civil a sus decretos-leyes, impidiendo la autoorganización de los productores en grupos colectivos o cooperativos (sin el Estado, sin propiedad privada o pública), hay que atribuir al Estado el privilegio de emitir papel-moneda para todo: subsidios a determinados productos, créditos sin retorno a empresas o bancos fallidos, compra de paro obrero a las empresas privadas que echan a sus trabajadores, subsidios a las exportaciones no competitivas y otras políticas por el estilo. Con esta política se da la apariencia de que se evoluciona pacíficamente hacia el socialismo; pero, en realidad, se va desquiciando todo cada vez más sin resolver la crisis del sistema capitalista, que sólo puede serlo con un socialismo autogestionario, armonizando el ingreso, el consumo, el ahorro y la inversión.


A medida que el Estado se constituye en la primera empresa de todas, como es la única que puede producir con pérdidas en sus empresas públicas y pagar burocracia supernumeraria, aumentando los impuestos directos e indirectos, colocando papel del Estado en bancos y cajas de ahorros o emitiendo moneda insolvente, se constituye así en un mal administrador y gestor de las economías, ya que el Estado quita más de lo que da a la Sociedad. En consecuencia, siguiendo de mal a peor, un día, todo fracasa, produciéndose inflaciones galopantes como las de Argentina, Bolivia, Perú y otros países en la década de 1980-90, en que todo tiempo futuro para estos países pareciera siempre peor y no mejor, por haber hecho sus Estados caros y malos autofagía de sus economías.


Mientras existan las naciones, siendo el mundo un mosaico de monedas y de fronteras, aunque ya con los satélites artificiales es a la escala planetaria, tendrá que haber un patrón de valor universal que no puede ser el dólar ni otra moneda nacional por más fuerte que sea su país emisor. ¿Qué garantía hay de que el dólar pague, sin depreciarse sistemáticamente, todos los dólares debidos a países acreedores? Si el dólar tuviera un freno como el del patrón-oro no podría endeudarse, interna y externamente, al doble del valor de su producto interior bruto, como ya ha sucedido a mediados de la década de 1980-90.


En cambio, los países latinoamericanos, y en general los africanos y asiáticos, en 1986, han llegado a una deuda pública externa de 1.000.000.000.000 (un billón de dólares), más o menos la mitad de su producto interno bruto, pero lo pasan bastante peor que Estados Unidos teniendo menos deudas, en porcentaje, respecto de éste. El hecho radica en que los países afro-asiáticos y latinoamericanos, con el 75% de la población mundial, apenas tienen el 20% del producto interno bruto del mundo (PIB). En cambio, Estados Unidos con el 5% de la población mundial dispone del 30% del PIB del mundo. Y en este sentido, el dólar, que no tiene respaldo oro, si no en una ínfima parte con relación a sus deudas exteriores, sin embargo, es la moneda-divisa-universal, no por su valor intrínseco, sino porque cuenta con la tercera parte de la renta bruta mundial. El yen es más sólido, si cabe, que el dólar, e igualmente el marco alemán occidental, pero Japón depende en un 30% de la colocación de sus exportaciones en Estados Unidos, teniendo que aceptar, quiera o no, la política imperial del dólar.


No se trata de volver al patrón-oro para estabilizar las monedas, acabar con la inflación, estabilizar los tipos de cambio internacionales y tener, en los bancos centrales una moneda-reserva en barras de oro, sino más bien de que países como los latinoamericanos integren sus economías en una sola nación con una sola frontera y una sola moneda, un solo mercado, a fin de que la moneda sea firme, no por la garantía-oro que tenga, sino por su gran mercado, sus grandes exportaciones e importaciones, sus tecnologías avanzadas, sus empresas modernas, capaces de asimilar la revolución científico-tecnológica, de obtener gran productividad en el trabajo, a fin de que su moneda sea respetada y deseada en el comercio mundial. Pues una moneda es buena o mala si es mala o buena su economía, ya que pierde oro y divisas convertibles si no compite en calidad, precio y tecnología en el mercado mundial. El oro, cuando más, puede ser un valor-reserva o refugio para una nación, mientras el mundo no sea un solo país.

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