sábado, 3 de septiembre de 2011

PEDRO KROPOTKIN O LA SABIDURÍA EN LA ANARQUÍA.

Pedro Kropotkin (1842-1921). Aristócrata de nacimiento, pero ácrata desde que tuvo conciencia de las contradicciones económicas, sociales y políticas en un mundo de clases antagónicas, Pedro Kropotkin, descendiente de los Ruriks, que gobernaron en rusia antes que la dinastía de los Romanoff, fue libertario, uniendo su pensamiento y acción, en defensa de la emancipación de los siervos en Rusia, y de la liberación de los trabajadores en todo el mundo.

En su temprana juventud, por su linaje aristocrático, Kropotin fue paje del Zar y luego oficial del ejército ruso, pero tenía más vocación por la filosofía, la ciencia, la sociología, la historia, la economía y por todos los conocimientos humanos. En consecuencia, renunció a su carrera militar, como igualmente hiciera antes que él Bakunin, trasladándose a Europa occidental entrando en contacto con los medios científicos y los círculos anarquistas de distintos países europeos, principalmente Suiza, Italia, Francia e Inglaterra.

A Kropotkin comenzó a interesarle la corriente socialista libertaria, frente al socialismo de Estado, optando por los ideales de Proudhon y de Bakunin y no por los de Marx y Engels, prefiriendo la sociedad autogestionaria al despotismo político y económico bajo un capitalismo de Estado disfrazando de socialismo.

Según Kropotkin, "el conflicto entre bakunistas y marxistas no fue una cuestión personal, sino el conflicto inevitable entre los principios del federalismo y el centralismo. Entre la comuna libre y el gobierno paternalista del Estado, entre la acción libre popular y la mejora de las condiciones capitalistas vigentes mediante el reformismo. El conflicto entre el espíritu latino y el gist germano, tras las derrota de Francia (1871), en el campo de batalla, proclamaba su supremacía en la ciencia, la política, la filosofía e incluso en el socialismo, presentando su propia concepción del socialismo como "científica" y tachando todas las demás de "utópicas".

Sin embargo, el tiempo ha demostrado que el "socialismo científico", según el modelo marxista-leninista aplicado en la Unión Soviética, no ha rebasado, desde 1917, luego del stalinismo, un sórdido capitalismo de Estado, una dictadura burocrática propia de los mandarines o los sátrapas asiáticos, precisamente porque el "socialismo científico" ha excluido al pueblo como protagonista de su propia emancipación y no la prometida, pero nunca realizada por el PCUS: instrumento de dominación de la burocracia sobre los trabajadores. Por eso, Kropotkin, que murió en Rusia en 1921, en sus escritos póstumos, dijo que la mejor enseñanza de la Revolución Rusa consistía en cómo no había que hacer una revolución, dicah del proletariado, pero no conducida por él como protagonista del cambio económico, político y social, sino por el Sanedrin del boureau político del PCUS.

Sobre el papel contrarrevolucionario del Estado, como instrumentode dominación de la burocracia, Koprotkin aclara:

"Digamos en principio que todos están de acuerdo en rechazar la nueva forma de sistema salarial que se establecería si el Estado pasase a ser propietario de toda la tierra, las minas, las fábricas, los ferrocarriles, etcétera, y el gran organizador y director de la agricultura y de toda la industria. Si estos poderes se añadiesen a los que el Estado ya posee (impuestos, defensa del territorio, religiones subvencionadas, etcétera), crearíamos un nuevo tirano aún más terrible que el anterior". (La ciencia moderna y el anarquismo).

Esta advertencia sobre el poder-Leviathan se ha concretado en el modelo marxista-leninista soviético: los trabajadores son menos libres que bajo el capitalismo privado, pero entregan más plusvalía a sus opresores burócratas que a los viejos burgueses ya que éstos, mal que bien, respetaban el derecho de huelga y alguna que otra libertad esencial o derechos fundamentales del hombre, alcanzando en las revoluciones europeas occidentales, que non rebasaron el limitado horizonte de la burguesía.

El Estado, como poder colocado por encima de la Sociedad, prácticamente tomó cuerpo militar, policial, jurídico y financiero, durante las monarquías absolutas en Europa, bajo el "slogan" hipócrita: "Todo por el pueblo, pero sin el pueblo", lo cual se disimuló en las democracias burguesas representativas, pero volvió a encarnarse en el Estado soviético, monopolio de los mariscales, de la burocracia del PCUS, de la tecnocracia dirigente de las empresas nacionalizadas, propiedad del Estado, pero no de los productores directos: los trabajadores.

La Revolución Rusa de 1917 fue hecha por los obreros y los campesinos, como todas las revoluciones realizadas por el pueblo, pero luego usurpadas por la burguesía ilustrada, en la Revolución Francesa de 1789-93, y por la burocracia política del PCUS, en Rusia, quizá porque el pueblo no está muy preparado para asumir el autopoder de la democracia directa, en política, y de la autogestión de las empresas, en la economía. De ahí que todas las revoluciones populares, mientras no las conduzca el pueblo mediante sus empresas, cooperativas, mutualistas, federaciones, autogobiernos y autodefensa, se le van a escapar mientras éste se deje seducir por las burocracias del "socialismo científico", que hace al Estado propietario de todo y a éste monopolio de la burocracia, del Partido único.

El comportamiento de la burocracia soviética es muy similar al de la burguesía jacobina que tronaba contra el derecho de huelga de los obreros con estas palabras: "A las huelgas, para formar un Estado dentro del Estado: ¡Muerte!" La "burguesía roja", los pocos que gobiernan dictatorialmente en la Unión Soviética, se expresan lo mismo que los jacobinos: "¡Muerte contra los huelguistas!" Para justificar esta política hipócrita la "Nomenklatura" soviética esgrime una cauística que roza los misterios teológicos de la santísima trinidad. Pues, según los ideólogos soviéticos, "la propiedad del Estado es la propiedad de todos" y el Estado es "el Estado de todos", de modo que nadie tiene derecho a disminuir el poder del Estado, salvo pena de muerte, campos de concentración o internamiento en hospitales psiquiátricos. Pero de toda esta metafísica política, propia del dogmatismo pero no del socialismo, se deduce una cosa cierta; el Estado-patrón, policía, comerciante, sindicato y partido, que dicta los salarios a su gusto, cosa que no puede hacer la burguesía occidental; y como la burocracia reparte el excedente económico así se queda con la mayor parte. De ahí que el "socialismo científico soviético.

jueves, 29 de octubre de 2009

BIBLIOGRAFÍA

MUN, T.

England’s treasure by foreign trade. Los mercantilistas hicieron del dinero la medida de todos los valores, el exponente de la riqueza y de la prosperidad. Thomas Mun en el referido ensayo dice:
“Todo el mundo admite que la abundancia de dinero encarece las mercancías nativas”. (Obr. Cit. Pp. 43-44).
Entonces, por consecuencia, una buena parte del dinero debe ser exportado en forma de capital, de inversiones en el extranjero para obtener las ganancias que no puede procurar en su mercado interno. Así se pasaría del mercantilismo al imperialismo.

LOCKE, J.

The Works of John Locke. El filósofo y economista británico considera que el dinero-oro, plata metales preciosos – constituye un depósito de valor:
“El oro y la plata, aunque sirven para poco, comandan, no obstante, todas las cosas convenientes de la vida y por tanto, la riqueza consiste en su abundancia”. (Obr. Cit. Vol.5, p.12).

Siempre, claro está, que no se trate de dinero de papel-moneda insolvente como el marco alemán, en 1923, cuando la circulación llegó a superar 500 quintillones de marcos, o en Bolivia, en 1985, cuando el costo de la vida aumentó el 12.000 por 100.

Pero al considerar como es el dinero, su velocidad de circulación y su apropiada cantidad expresa:

“Esta proporción es difícil de determinar, porque no depende sólo de la cantidad de dinero, sino de su rapidez de circulación. El mismo chelín puede, una vez, pagar a veinte hombres en veinte días, y otra, permanecer en las mismas manos cien días”. (Obr. Cit. Vol 5. p23).

En suma, el dinero como tesoro no produce más dinero si no obtiene interés a préstamo, pero produce ganancias si actúa de capitalista, comprando fuerza de trabajo asalariada o hace de intermediario en el comercio. Sin capitalistas, intermediarios, banqueros, usureros, sin propiedad privada o estatal, el dinero sería medio de cambio estable en una economía autogestionaria.

Para que el dinero no ponga precio a los hombres, haga más ricos a los ricos y más pobres a los pobres; para que sirva a los hombres y no los convierta en esclavos, debe intercambiar los productos del trabajo de los hombres, sin ser asalariados los unos de los otros.

MONTESQUIEU, C.S.

L’esprit des lois. En esta obra más bien de carácter jurídico y político, Montesquieu cree que el oro y la plata miden el valor de las mercancías; pero éstas, a su vez, determinan el valor de los metales preciosos o del dinero:

“Si desde el descubrimiento de las Indias el oro y la plata han aumentado en Europa en una proporción de 1 a 20, el precio de las provisiones y de las mercancías debe haber subido en la proporción de 1 a 20. Pero si, por otra parte, el número de mercancías ha aumentado como de 1 a 2, se desprende necesariamente que el precio de estas mercancías y provisiones, habiéndose elevado de 1 a 20 y disminuido en proporción de 1 a 2, digo que se desprende necesariamente que la proporción es de 1 a 10”. (Obr. Cit. Vol. 2 p.97).

En realidad, el dinero, aún siendo oro o plata no vale siempre lo mismo; aumenta con su escasez y disminuye con su abundancia. Así, por ejemplo, hacia el año 1300 un buey valía en Inglaterra unos 10 chelines; en 1600 su precio había subido a 80; y a comienzos del siglo XX unos 400 chelines; debe ser porque ha aumentado más la productividad del trabajo para extraer oro que para acrecentar la reproducción o cría de ganado vacuno.

HUME, D.

Of Money. Plantea el filósofo, pensando como economista, que la relación entre las mercancías y el dinero determina el nivel de precios:
“…es evidente que los precios no dependan tanto de la cantidad absoluta de mercancías y dinero que hay en la nación, como de las mercancías que vienen o pueden venir al mercado y del dinero que circula. Si se encierra el dinero en las arcas es lo mismo, en cuanto a los precios, como si se lo destruyera; si las mercancías se amontonan en los almacenes y graneros, surge un efecto parecido. Como en estos casos el dinero y las mercancías jamás se encuentran, no pueden afectarse mutuamente”. (Obr. Cit. Pp. 301-2).

En una economía autogestionaria, con propiedad social de los medios de producción y de cambio, con una cierta igualdad entre los hombres, el dinero no podría atesorarse, porque habría igualdad económica, ni emplearse como capital privado o de Estado, para producir plusvalía para la burguesía o burocracia; sería así el dinero auténtico medio de cambio, colocando el capital al servicio del trabajo; así se pasaría del capitalismo al socialismo autogestionario.

DUDLEY NORTH, Sir.

Discours upon trade. Disintiendo con los economistas mercantilistas, sobre el dinero como expresión de la riqueza, Sir Dudley North, precisa:
“Si a alguien se le ocurre convertir toda su fortuna en dinero y mantenerlo inactivo, no tardará en darse cuenta de la creciente pobreza en que cae mientras vive del capital”. (Obr. Cit. Edición 1907, p.24).
Evidentemente, el dinero sólo da beneficio, rentas o ganacias transformado en capital, pagando salarios por menos de lo que éstos producen, comprando a un precio menor para vender a otro mayor, colocando el dinero en préstamo para que produzca un rédito; pero, en suma, el capital vive del trabajo ajeno no pagado bajo un sistema de capitalismo privado o de Estado. En una economía autogestionaria, donde la empresa sea de todos los trabajadores, el trabajo deja de ser asalariado y el dinero on puede convertirse en capital para explotar al trabajador.

LAW, J.

Money and trade considered with a proposal… Fue el primer expositor de la teoría estatal del dinero, cuando dice:
“Para facilitar dinero a la nación se propone respetuosamente que el Parlamento nombre a 40 comisarios”.
(…) “Que los comisarios tengan facultades para emitir billetes de banco; cuyos billetes han de recibirse en pago dondequiera que sean presentados” (Obr. Cit. P. 69).

De esta manera, el Estado, al tener el monopolio de la emisión de dinero, con la inflación de papel-moneda cobra un impuesto indirecto tan grande como desee, poniendo en circulación unos billetes de banco que son un título al portador, un empréstito obligatorio que no devenga intereses. He ahí la causa de las inflaciones monetarias galopantes, en 1923-24, en Polonia, Austria y Hungría; en 1984-85, en Bolivia, Argentina y otros países.

WEATTLEY, J.

Remarks on currency and comerse (1803). De cómo la inflación determina el tipo de cambio de una moneda, John Weattley, dice:

“El curso del cambio es el criterio exclusivo de en qué medida la circulación monetaria de un país ha aumentado respecto a la circulación monetaria de otro”. (Obr. Cit. P. 207).

Si un gobierno abusa de la inflación monetaria, reduce, al mismo tiempo, la paridad de poder adquisitivo de su moneda, entrando en el tobogán de la inflación, hacia dentro y las devaluaciones monetarias, hacia fuera, para ajustar el tipo de cambio. Por eso, en economía, un gobierno puede querer ir a un sitio y las leyes económicas objetivas lo llevan a otro.

FICHTE, J. G.

Grund loge des naturrechts. Para el filósofo alemán el dinero es la mediación entre el Estado, que lo emite y los súbditos que lo reciben a cambio de sus productos:
“Con la emisión de dinero el Estado garantiza que proporcionará al tenedor del mismo, en cualquier momento y a cambio de su dinero, aquellos artículos cuyo goce ha garantizado a todos y a cada uno; pues cada unidad monetaria, en manos de un particular, constituye un signo de deuda de parte del Estado” (Obr. Cit. p. 319).

Una deuda, realmente, que nunca paga el Estado. Por tanto, el dinero le permite obtener impuestos y emitir papel-moneda en contrapartida de nada. Así pueden vivir las burocracias del Estado a expensas de la Sociedad. Hay, pues, toda la razón del mundo para sentirse ácratas como Bakunin, Proudhon, Kropotkin y otros anarquistas que han denunciado al Estado como la fuente de todos los males que padece la sociedad expoliada.

KNAPP, G.F.

Staatkiche theorie des geldes. Para este economista germano el valor del dinero no depende de ningún valor intrínseco del metal precioso, sino de la garantía que le da el Estado:

“Las deudas expresadas en unidades de valor pueden saldarse con piezas grabadas, bien en billetes o monedas, que tienen por ley cierta validez en unidades de valor. Estas piezas se llaman medios convencionales de pago o dinero. La validez es independiente del contenido de las piezas. La ley procede del Estado; el dinero es consecuencia de una institución estatal”. (Obr. Cit. capi I, sec. 2).

En nuestra época, podríamos decir que, gracias al Estado-providencia, a la tecnocracia y la burocracia, a la clase media política e intelectual gobernantes, la teoría estatista del dinero rige tanto en el Oeste como en el Este, pues el Estado-benefactor no podría serlo con monedas dentro del patrón-oro, no estando facultado para emitir papel-moneda insolvente. Pero, a la larga, tanto se usa y se abusa de la plancha de emitir billetes de banco que la inflación acaba con su valor total y con el uso del dinero, como sucedió en Alemania, en 1923; en Bolivia y Argentina, en 1984.
No deja de ser sospechoso que, hasta el presente, se haya preferido fijar el valor de las cosas económicas en dinero y no en el poder adquisitivo de la hora de trabajo. Seguramente, porque gobiernan las burocracias políticas, las clases medias intelectuales que controlan la riqueza, pero que no trabajan. En un socialismo libertario la verdadera medida de valor económico sería el trabajo y no el dinero.

PROUDHON, P.J.

Sistema de las contradicciones económicas. Edit. Americalee. Buenos Aires, 1945. Para Proudhon el dinero es, como cualquier otra mercancía, un signo representativo del trabajo; de ahí deriva su valor común y de intermediario de las mercancías que concurren al mercado. Pero cuando la moneda es inflacionaria, cuando no representa valores reales, cuando la deteriora el Estado, ofrece más dinero, pero menos valor, estafando al trabajador y al consumidor, para financiar el déficit de un Estado caro y malo.

“¿No es verdaderamente de extrañar que se tome abiertamente la defensa del comercio agiotista e infiel, y se ponga al mismo tiempo el grito en el cielo en el cielo al hablar de un gobierno monedero falso que, después de todo, no hace más que aplicar al dinero, el principio fundamental de la economía política, la inestabilidad arbitraria de los valores?. Había de dar mañana la Hacienda Pública 750 gramos de tabaco por un kilogramo, y los economistas todos habían de gritar que eso era un robo; pero si, usando de un privilegio, aumentase mañana la misma Hacienda en 2 francos el precio del kilogramo, lo encontrarían caro, pero nada verían en esto contrario a sus principios. ¡Qué imbroglio el de la economía política!” (Obr. Cit. 95).

Así es la lógica al revés de ciertos economistas: si suben los precios de las mercancías dicen que hay alza de los mismos; pero si se deprecia el poder adquisitivo de la moneda, que es lo que generalmente los hace subir, suelen disimularlo para no acusar a los gobiernos que estafan a sus pueblos con la emisión de dinero inflacionario. Mientras el trabajo asociado con sus medios de producción no gestione directamente la economía, la moneda será una trampa para explotar al trabajador, reduciendo su salario real, con la inflación monetaria. De ahí que el pueblo trabajador no tenga posibilidad de liberación con ningún gobierno de “izquierda” o de “derecha”, sino con el autogobierno libertario en una economía autogestionaria basada en la propiedad social de los medios de producción y de cambio.

MARX, C.

Oevres-Economie. Bibliothéque de la Pleyade. Editions Gallimard. París, 1968. Para Marx, el dinero opera sutilmente entre las personas como una relación entre cosas que se adquieren por medio del dinero.

“El cambio y la división del trabajo se condicionan mutuamente. Como cada uno trabaja para sí y que su producto no es nada para sí mismo, cada uno debe naturalmente cambiar, no solamente para participar en un sistema de producción común, sino a fin de transformar su propio producto en medios de existencia personales. El cambio, en tanto es mediatizado por el valor de cambio y la moneda, supone bien entendido, la dependencia generalizada de los productores los unos respecto de los otros; pero, al mismo tiempo, la completa separación de sus intereses particulares y una división del trabajo social suponen que la unidad y la complementariedad existen, por así decirlo, a manera de una condición natural independiente y exterior a los individuos. La presión generalizada de la oferta y la demanda, que los unos ejercen sobre los otros, es intermediaria uniendo a los individuos en su mutua diferencia”. (Obr. Cit. Tomo II, p. 210).

En ese orden de ideas, Marx estima que la existencia de la moneda es dejada en manos de otro para recibir de él una mercancía. Ahora bien, ¿por qué los hombres dan al objeto (el dinero) la confianza que no se acuerdan entre sí en tanto que personas?
Sencillamente, porque la moneda es una relación económica entre personas, separadas las unas de las otras, por medio del capital social circulando como propiedad individual. Así, el valor de cambio, de unas mercancías respecto a otras, pasa por la forma dinero, porque aparentemente hay una economía social, pero su forma de apropiación es individual (Oeste) o estatal (Este). Y no habrá propiedad social, economía social, desalienación de los trabajadores asalariados, mientras que los hombres se enajenen como cosas vendibles por un salario, ya sea al Estado-patrón o al patrón individual. Sólo una economía autogestionaria, teniendo como infraestructura la propiedad social, podrá desalinear al obrero asalariado de su enajenación en el patrón privado o en el Estado-patrón, lo cual supone realizar la revolución social que derrroque del Poder a las burguesías y a las burocracias.

KROPOTKIN, P.

La conquista del pan. Edit. Domingo Ferrari. Buenos Aires. Sobre el problema del dinero, el individualismo burgués y el Estado, advierte Kropotkin:

“El desarrollo del individualismo, durante los tres últimos siglos, se explica, sobre todo, por los esfuerzos del hombre que quiso precaverse contra los poderes del capital y del Estado. Creyó por un momento – y así lo habían predicado los que formulaban su pensamiento por él – que podía libertarse por completo del Estado y de la sociedad. “Mediante el dinero – decía – puedo comprar todo lo que necesite”. Pero el individuo ha tomado mal camino, y la historia moderna le conduce a confesar que sin el concurso de todos no puede nada, aunque tuviese atestadas de oro sus arcas”. (Obr. Cit. p22).

El dinero de más o de menos, para consumir más o menos que otros, el trabajo intelectual sobrevalorado y el trabajo manual subvaluado, el salario con empresario privado o con el Estado-patrón, bajo el modo de vida norteamericano o soviético, no superan las clases sociales, la injusticia social, la desigualdad entre los hombres, porque el dinero y el Estado son instrumentos de dominación sobre el pueblo trabajador.

KEYNES, J.M.

The general theory of employment, interest and Money. London, 1936. En Keynes, el dinero y más aún la tasa de interés, influyen en la demanda efectiva, la ocupación de trabajadores, sustituyendo, en tiempo de crisis, las inversiones del Estado a las insuficiencias de capital privado, aunque sea a costa de un gran déficit en los presupuestos gubernamentales. Sobre el problema del dinero, Keynes dice:

“Si por dinero entendemos el patrón de valor, resulta claro que no es necesariamente la tasa de interés monetario la que ocasiona el trastorno. No podemos librarnos de nuestras dificultades (como algunos han supuesto) decretando simplemente que el trigo o las casas serán el patrón de valor en vez del oro o la libra esterlina; porque ahora vemos que surgirán las mismas dificultades si continúa existiendo algún bien cuya tasa propia de interés se resista a bajar cuando la producción crezca. Puede suceder, por ejemplo, que el oro continúe este papel en un país que ha adoptado un patrón de valor inconvertible”. (Obr. Cit. p.230).

El dinero que produce dinero, sin trabajo, por medio del interés determina las inversiones en la economía capitalista, de la cual, a pesar de ser un tecnócrata, no se libera Keynes, justamente porque éste no produce sino que disfruta de la plusvalía. En una economía autogestionaria, mientras haya crédito y moneda, producción para el mercado, la tasa de interés sería mínima, con moneda estable, ya que no incluiría ganancias capitalistas, sino únicamente los costos inherentes al capital constante y variable del sistema bancario, liberado de beneficios parasitarios de la burguesía o de la burocracia.

HAYET, F.A.

¿Inflación o pleno empleo? Unión Editorial, S.A. Madrid, 1976. En cuanto al uso y el abuso de la inflación monetaria sólo hay tres posibilidades, para Hayet:

“-Permitir que continúe la inflación declarada a un ritmo creciente hasta provocar la desorganización completa de toda la actividad económica.”

“-Imponer, controles de precios y salarios que ocultarán algún tiempo los efectos de la inflación, pero que llevarán por último a un sistema dirigista y totalitario”.

“-Finalmente, acabar de una manera decisiva con el incremento de la cantidad de dinero, lo cual nos hará patentes en seguida, por medio de la aparición de un fuerte desempleo, todas las malas inversiones del factor trabajo que la inflación de los años pasados ha causado y que las otras dos soluciones aumentarían aún más”. (Obr. Cit. pp. 36-37).

Hayet, en suma, recomienda que los gobiernos no abusen de la inflación monetaria; no se dejen influir por los grupos de presión; pero todo ello es poco viable en una sociedad de clases antagónicas, mientras haya propiedad privada o estatal de los medios de producción. En una economía autogestionaria, con moneda estable, sin rentas parasitarias, sin que ganen unos lo que otros pierden, nadie tendría interés en defraudar con la moneda, obteniendo beneficios con la inflación o la devaluación de la misma, sino en mantenerla estable para que todos los trabajadores y consumidores estuvieran en igualdad de condiciones.

En una sociedad autogestionaria nadie debería beneficiarse con la inflación, sino mantener una moneda estable, pues cualquier manipulación de la unidad monetaria podría destruir el orden económico naciente, cayendo en los viejos vicios del capitalismo privado o de Estado.

FRIEDMAN, M.

Libertad de elegir. Edit. Grijalbo. Barcelona, 1980. Como resumen de este libro, escrito en colaboración con su esposa Rose Friedman, afirma cinco principios sobre la inflación monetaria:

“1. La inflación es un fenómeno monetario debido a un aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción (a pesar de que, evidentemente, las causas del incremento de la oferta monetaria pueden ser varias).

2. En el mundo actual, el Estado determina – o puede determinar – la cantidad de dinero.

3. Existe sólo un remedio a la inflación: una tasa de incremento menor de la cantidad de dinero.

4. La inflación, para desarrollarse necesita un cierto período de tiempo (medido en años y no en meses); es necesario también que transcurra un plazo determinado para eliminarla.

5. La existencia de unos efectos secundarios desagradables y la eliminación y la eliminación de la inflación es inevitable”. (Obr. Cit. pp. 387-388).

En suma, que la inflación se produce – según Friedman -, cuando la cantidad de dinero aumenta más rápidamente que la de bienes y servicios; cuando mayor es el incremento de la cantidad de dinero por unidad de producción pudiendo ir primero al trote, luego al galope y finalmente a velocidad incontenible.

Pero, en definitiva, la pregunta sobre este fenómeno monetario detestado por todos es ésta: ¿Por qué si nadie la quiere no se la puede superar sino que se la contiene, la reduce o irrumpe inconteniblemente? Por la sencilla razón de que los gobiernos la quieren para otorgar subsidios, cubrir déficit presupuestario, cobrar enormes impuestos indirectos en forma de moneda insolvente y pagar sueldos a una enorme burocracia supernumeraria adherida al Estado-providencia como las lapas o los mejillones. Si hubiera un cambio de sistema económico, instaurando una economía autogestionaria donde todo el mundo trabajara útilmente, sin clases parasitarias, sin propiedad privada o estatal, con propiedad social, la inflación dejaría de ser un problema, ya que en el mercado autogestionario, nadie perdería lo que otro ganaría, sino que todos los bienes y servicios se intercambiarían en su valor-trabajo, sin falsos precios que oculten ganancias.

ANÓNIMO

Manual de Economía Política. Academia de Ciencias de la URSS, Instituto de Economía. México 1956. Para los economistas soviéticos, la URSS se rige por una ley objetiva de circulación monetaria, sin decir cuál ni aportar una prueba objetiva sobre ésta:

“El Estado socialista ejerce la dirección planificada de la circulación monetaria en el país, basándose para ello en la ley económica de la circulación monetaria. La organización planificada de la circulación monetaria permite establecer en la sociedad socialista la proporción adecuada entre la masa de dinero efectivo y la demanda de dinero de la circulación mercantil, y asegura la elevación del poder adquisitivo del rublo”. (Obr. Cit. p.525).

Pero lo real es que en la URSS no hay “sociedad socialista”, sino capitalismo de Estado; el rublo es una moneda inconvertible sin el valor de las euro-divisas, el dólar y el yen; que el rublo dice valer oficialmente más que un dólar en el mercado monetario de Viena, pero se cotiza, en esa ciudad, por menos de medio dólar. Por otra parte, el Estado Soviético usa el rublo como instrumento de dominación económica (asalariación de sus súbditos), para completar así su dominación política.

Capitalismo, dinero y socialismo

Bajo la economía burguesa o de Estado, la dictadura de las potencias del dinero domina la economía social de los pueblos. Dentro del capitalismo de monopolio o de Estado, el dinero no está al servicio de la economía nacional, sino la economía al servicio del dinero: (usureros, burócratas, prestamistas o parásitos de todas clases). En estas condiciones contradictorias, si los improductivos disponen de las 2/4 partes del dinero en circulación, se crea una economía con fuerte entropía o parasitismo, que no permite la reproducción del capital social.

Suele suceder, en el capitalismo de monopolio, que tres o cuatro empresas controlen la producción de materias primas y de artículos esenciales en cada rama de industria. Así, para que suban los precios, se reduce la producción 10%, 20%, 30%... a fin de mantener la demanda insatisfecha para obtener más y más ganancias, produciendo menos de lo posible. Al reducir la cantidad de bienes, quedando constante la cantidad de dinero, se produce inflación monetaria derivada de la subproducción: cosa que suelen hacer, actualmente, los “grandes” del acero, de las materias primas, de los automotores, de la industria química, etc. Bajo la economía de monopolio, el dinero actúa en beneficio de las grandes empresas; pero perjudicando a los trabajadores y a los consumidores. A menudo, suben los precios, no porque se emita moneda insolvente, sino porque los “trusts” reducen la producción de mercancías para salir de la crisis económica; pero a costa de dejar sin trabajo a millones de obreros, de encarecer indebidamente la vida para los consumidores, de prefabricar escasez, optando por producir más maquinaria de guerra que fuerzas productivas de paz.

La teoría cuantitativa del dinero es un reflejo del fetichismo de la mercancía: la rigidez matemática, que le atribuye el razonamiento deductivo, sólo es valida para un sistema económico de clases. No tendría significación en una sociedad autogestionaria en cuya esfera económica muchos intercambios de bienes y servicios no revistan la forma-moneda, debido a que la propiedad privada habría sido abolida, a que una nueva división del trabajo uniría la autoadministración, los científicos, los obreros, los campesinos y la autodefensa. Uniendo así lo que estaba separado antes por el capitalismo privado o de Estado se supera, en gran parte, la forma dinero en muchos contratos e intercambio, ya que la propiedad social tendría que crear un nuevo sistema de cuantificación, programación, nuevos módulos de intercambio y de contabilidad.

En la sociedad autogestionaria – en su iniciación – puede tener cierta significación el dinero, mientras no se instaure el socialismo en todo el mundo. La producción social mercantil constituye, sin régimen de propiedad privada o estatal, una etapa de desarrollo del socialismo libertario; pero cuando todo sea de todos y trabajemos todos, sin clases parasitarias como la burguesía del Oeste o la burocracia del Este, la nueva economía social autogestionaria se basaría en el principio comunitario de que cada uno aporta según su capacidad y recibe según su necesidad: una economía de comunismo libertario.

En los países de socialismo autogestionario, los precios tenderían a bajar para superar la economía mercantil, residuo de las economías burguesas o burocráticas. Si los koljoses y sovjoses soviéticos (cooperativas y granjas del Estado) se convirtieran en comunidades autogestionarias, la economía mercantil se iría sustituyendo, en gran parte, por una economía libertaria, en que la forma dinero no podría formar absolutamente los precios, por la sencilla razón de que los precios y las mercancías son categorías de la economía mercantil, ya sea bajo el capitalismo privado o de Estado. La economía autogestionaria no tendrá necesidad por siempre de los artificios (mercancías, moneda y precios), para distribuir la producción, justamente porque los precios y las mercancías constituyen categorías de un mercado con finalidad de lucro.

Para un siervo de la baja Edad Media, la mercancía y el precio tenían poca significación; en nuestros días, tampoco tiene mucha importancia económica un cheque o un pagaré para un indio chiriguano o mataco; en una economía autogestionaria el dinero sería más práctico que el actual papel-moneda; no se convertiría en capital privado o de Estado; sería medio de cambio estable; superaría el asalariado y el fetichismo de la mercancía.

Lo malo del dinero, en una sociedad de clases antagónicas, es que da el poder económico a los explotadores del trabajo ajeno no pagado, a mercaderes y banqueros que se colocan entre la producción y el consumo percibiendo beneficios elevados al convertir las mercancías producidas por el trabajo asalariado en mercancías transformadas en dinero, produciendo más dinero en la venta que en la compra de ellas. Por otra parte, el banquero obtiene intereses por sus préstamos a los capitalistas que son cargados como un gran componente de los costos de producción, de tal suerte que al aumentar los intereses, los recargos de precios de los intermediarios onerosos, los impuestos y tasas percibidos por el Estado, el producto interno bruto (PIB) “aumenta” con los ingresos o rentas, beneficios o ganancias, percibidos por quienes no producen nada y restan producción solvente para ser invertida positivamente en la reproducción ampliada del capital social.

La producción, sin propiedad social, sin empresas autogestionarias, pasa por el cambio y llega al consumo por medio del dinero y el crédito que se colocan como intermediarios de los capitalistas privados o de la burocracia de Estado, a fin de obtener rentas parasitarias, que inercian el desarrollo económico y tecnológico de la infraestructura productiva, cargando a los precios finales los gastos del Estado, los intereses bancarios, las ganancias de los capitalistas. De esta manera, la economía política nunca será la economía social de todos, sino una administración de recursos escasos, que sólo se superará con una economía autogestionaria automatizada, de gran productividad del trabajo, como para que todos los hombres sean iguales en condiciones económicas, tecnológicas y de educación, haciendo así posible una sociedad autogestionaria, libertaria, sin diferencias de castas ni de clases.

La gran contradicción de la sociedad de clases, con propiedad privada o estatal, reside en que los trabajadores asalariados rinden más trabajo del que cobran por sus salarios, pagados por los empresarios o por el Estado, que reparten el producto interno bruto (PIB) y se quedan con la mayor parte, sin realizar aporte material de trabajo. Así las cosas, todos los hombres parecen iguales por su forma anatómica; pero muy desiguales en cuanto a la percepción de rentas personales que permiten que unos consuman poco y otros, mucho; que unos trabajen demasiados y sean pobres; mientras, otros son ricos; no trabajan: viven como parásitos enquistados en el trabajo asalariado, ya sea bajo un capitalismo privado (Oeste) o un capitalismo de Estado (Este).

Los trabajadores proporcionaban bienes para satisfacer las necesidades económicas de la sociedad, pero los burócratas totalitarios del Este y los capitalistas del Oeste compran bienes y servicios en contrapartida de dinero obtenido sin realizar un trabajo material concreto. Mientras el dinero permita que unas clases parasitarias usurpen el excedente económico generado por el trabajo asalariado, las clases pueden cambiar de nombre o no tenerlo, como en la URSS pero por eso no dejarán de existir objetiva, económica y socialmente. Y así nunca habrá justicia social, libertad económica y política, igualdad entre los hombres. Por consiguiente, sin propiedad social, sin economía autogestionaria, sin autogobierno libertario, sin democracia directa no habrá liberación de los trabajadores.

No obstante, en la época de transición del capitalismo a un socialismo autogestionario, debido a la diferencia entre trabajo manual y trabajo intelectual, al desarrollo económico, tecnológico y demográfico desigual entre la ciudad y el campo, a que hay mucha población urbana en megápolis y poca rural en el campo, a la existencia de una economía mundial no autogestionaria ni federativa que hiciera del mundo un país, a la existencia de otras contradicciones económicas, políticas y sociales, no se podrá suprimir la economía mercantil y el valor de cambio expresado en dinero en un país que haya implantado el socialismo autogestionario, que sería una especie de islote en medio de un mundo de capitalismo privado (Oeste) o de capitalismo de Estado (Este).

En una economía autogestionaria, inicialmente, la moneda estable, expresión de un valor de cambio como módulo equivalencial general, tendrá que cuantificar los programas económicos no sólo en toneladas, metros, kilogramos y otras unidades físicas, sino que la moneda ha de ser unidad general contable, exponente de valor y precios, intercambio de medios de producción y de consumo en un mercado libre autogestionario, medio de ahorro en unidades monetarias para hacer una inversión eficiente a fin de que cada vez se desarrollen más las fuerzas productivas sociales y, en una palabra, mientras la sociedad entera no sea comunista autogestionaria, donde cada uno aporte según su capacidad y reciba según sus necesidades, la economía mercantil tendrá que emplear el dinero como medio de acumulación social y de cuantificación y programación de la economía.

Dentro de un sistema económico de propiedad social, de administración de las cosas más que de los hombres, cuando hayan desaparecido las clases sociales antagónicas, el dinero de cuenta o contable, los intercambios de productos intermedios entre las empresas autogestionarias, no revestirían sino la forma de simples entradas y salidas en las computadoras centrales vinculadas a numerosas computadoras terminales. Por otra parte, el dinero electrónico, entre las empresas, sustituiría en gran parte, al dinero-capital de los empresarios privados, en que cada uno quiere poseer riqueza privada para sí.

Tampoco hay que permitir la instauración de un socialismo burocrático de Estado, ya que el Estado total, empresario, comerciante y banquero usa el dinero, del cual tiene el monopolio de emisión, como el mejor medio de explotación del trabajo asalariado, ya que dicta, sin apelación de los sindicatos, los contratos de trabajo, los niveles de salarios y de sueldos; bajos aquellos para los obreros y altos éstos para los tecnócratas y tecnócratas que figuran en las listas escogidas de la “Nomenklatura”.

En una economía autogestionaria, cuyo contenido esencial sea la propiedad social sin diferencia de clases o de estamentos sociales, el dinero, aún no teniendo una referencia o cantidad fija de metales preciosos, puede ser estable con tal que no se ponga papel-moneda en circulación, rigurosamente, más que en función de más producción de bienes o de prestación de servicios sociales y públicos necesarios, no burocratizados.

Para no caer en la trampa del socialismo burocrático, que tiene como infraestructura la planificación económica centralizada y como superestrucuctura el Estado total, dueño de todo, según el modelo soviético, hay que instaurar una economía autogestionaria de propiedad social, no de propiedad estatal, dejando funcionar automáticamente un mercado libre autogestionario en una economía preferentemente de oferta sin levantar la demanda insolvente, desarrolado un ciclo continuo autorregulado de producción, consumo, cambio, distribución en que el dinero sea medio de intercambio equitativo y no el fin de la inmediatez de la ganancia de los capitalistas (Oeste) o de obtención de plusvalía de Estado (Este).

Una economía autogestionaria, en su iniciación, debería esforzarse por frenar totalmente la inflación; aumentar la inversión de capital social; incrementar el ahorro o la tasa de acumulación social para invertir más capital y reducir la desocupación a cero; producir excedente económico en las empresas autogestionarias, a fin de que no vivan parasitizadas en el presupuesto del Estado como las empresas públicas deficitarias; competir en calidad y precio las empresas autogestoras en el mercado interior autogestionario y en el mercado exterior para ganar divisas con que pagar la importación de materias primas esenciales, tecnologías de punta y aprovisionamiento de energía; reducir los impuestos, las cargas de todo tipo, los intereses del capital, a fin de que las empresas se autofinancien no soportando un Estado caro y malo, benefactor de los burócratas y depredador con los trabajadores. Sólo así el socialismo de autogestión, de mercado libertario, será capaz de superar, en beneficio de toda la sociedad, al capitalismo monopolista occidental y al socialismo totalitario oriental.

Trabajo, dinero y capital

El capital financiero es una forma de evolución de la propiedad privada capitalista, de los medios de producción y de cambio objetivizados en el dinero. No es así el objeto poseído la verdadera riqueza, ni la verdadera propiedad, sino el trabajo ajeno comprado con dinero, alienado en el dinero debido a que el productor (obrero) está desposeído de sus medios de producción (capital). En la dialéctica del capitalismo, la propiedad del empresario supone la desposesión del obrero. Como en el capitalismo el trabajo y el capital están separados, como impera la propiedad privada y no se trabaja para una economía comunitaria, resulta que así se enajenan las cosas y los hombres por dinero. Y como lo que importa en el capitalismo es ganar dinero, para procurarse bienes y servicios individualizados, cosa que no sucedería si la riqueza estuviera socializada, los hombres, los hombres en vez de ser solidarios se oponen unos contra otros, debido al dinero y las mercancías.

La tierra produce renta, si el trabajador no es dueño de ella, teniendo que pagarla al señor, la alienación económica del arrendatario es así la desalienación del arrendador , que sería resuelto en una economía autogestionaria de propiedad social.

El capital y la tierra, que son trabajo pasado, o un objeto para el trabajo, si no le pertenecen éste se enajena. El terrateniente o el capitalista no multiplican los panes y los peces: consumen sin sembrar trigo y sin pescar. Con dinero, quienes perciben la plusvalía se procuran abundantes bienes y servicios , mientras los que trabajan carecen económicamente de lo más elemental. Cuando los de arriba, improductivos, se quedan con la mayor parte de la renta nacional , invirtiendo lo menos posible, un país se estanca económicamente. Entonces, para salir del paso, se recurre a la inflación monetaria (para pagar burocracia supernumeraria) y a la devaluación de la moneda nacional (para que todo lo que bajen los precios de exportación fuera del país suban dentro de él), a fin de que la crisis la paguen los trabajadores y los consumidores. El dinero se convierte , en estas situaciones, en medio para la explotación popular.

Las clases privilegiadas manejan los mecanismos bancarios, crediticios, cambiarios y monetarios en su propio beneficio; pero, a la larga, la crisis que es diferida se hace más grande, sin salida, conservando el sistema viciado que la genera; y sucede que cuando las contradicciones económicas se convierten en antagonismos, violentos de clases , plantean un cambio de sistema económico, político y social.

La compra de fuerza de trabajo por dinero se debe a que el obrero está separado del capital: no se pertenece, sino que pertenece al capitalista. Esta dependencia constituye el secreto de la alienación del obrero en su salariado y su patrón. En la edad de piedra el trabajo y el capital iban unidos (brazo y hacha), mientras que en nuestro siglo de las luces, van separados; el brazo no es dueño de la máquina sobre la cual opera: de ahí proceden las crisis económicas, lo inhumano, la esclavización del obrero, el fetichismo monetario, la explotación del trabajo asalariado por el capital privado o de Estado.

Bajo el dominio del viejo capitalismo, las clases productivas y parasitarias eran más evidentes que en nuestra época, en que el capitalismo de Estado da una apariencia de propiedad pública, disfrazada de “propiedad de todo el pueblo”; pero, en realidad, de la tecno-burocracia que dirige, administra y usufructúa el sector público, donde los obreros asalariados siguen siendo tan asalariados como bajo el capital privado: productores de plusvalía, en este caso, no para la burguesía , sino para la “Nomenclatura”, en Oriente; para la burguesía o para la clase política, en Occidente.

Los salarios diferenciales, en el “socialismo burgués o burocrático”, con capitalismo de Estado o con socialismo administrativo, con planificación centralmente planificada, no se superan las clases sociales antagónicas, sino que se conservan con otras formas socio-económicas; aunque están veladas por no tener nombre como tales clases; pero existen objetiva y sociológicamente, ya que el ingreso de un ministro o mariscal soviético son tan desiguales como el de un burgués y un obrero, en Suecia. De modo que el socialismo sin igualdad, o una mínima igualdad entre los hombres, es capitalismo en cuanto a la distribución de la riqueza. Y en verdad, el socialismo no lo es tanto por la producción – que ya es social y cooperativa en la gran industria, con un trabajo productivo muy dividido – como lo debe ser, realmente, por la distribución equitativa del excedente económico producido por el trabajo. Así éste debe dejar de ser asalariado, para transformarse en un ingreso variable en función del excedente económico producido por el trabajo. Así éste debe dejar de ser asalariado, para transformarse en un ingreso variable en función del excedente económico producido por el trabajo asociado con sus medios de producción en empresas autogestionarias, auto-administradas por los trabajadores y no dirigidas por el burguesía (Oeste) o por la burocracia totalitaria (Este).

Todas las “revoluciones socialistas”, sometidas a la “soberanía limitada” de la URSS, y todos las “democracias occidentales” condicionadas por el dólar y las multinacionales de USA, no serán socialistas ni democráticas, mientras el excedente económico producido por el trabajo sea extorsionado por las burocracias totalitarias o por las burguesías monopolistas.

Es necesario desmitificar la economía política contemporánea, que ni en el Este ni en el Oeste es democrática, ya que oculta la explotación del hombre por el hombre al no superar el trabajo asalariado, la producción de plusvalía por ese trabajo enajenado, lo cual conduce a un Estado de clase, burgués o burocrático, y a que el dinero, que debiera ser medio de cambio sin ocultar la plusvalía, se convierta en capital privado o de Estado para explotar a los trabajadores asalariados.

Por otra parte, entre los trabajadores asalariados los hay que producen bienes concretos, producción para el consumo o excedente económico para inversión en equipos más perfeccionados de producción, pero hay trabajadores del sector burocrático improductivo que consumen y no producen nada. Debido al constante aumento de la productividad del trabajo en la agricultura, la industria, la pesca, los bosques, la energía, no desciende en estos sectores productivos la jornada de trabajo, sino que va aumentando el número de empleados en bancos, comercio, sanidad, administración pública y privada, desocupados de toda clase , jubilados en edad temprana, burócratas y tecnócratas de todo tipo, una especie de “nueva burguesía”, particularmente en las empresas públicas con gran déficit, todo lo cual está incrementando la pequeña burguesía sin suprimir la gran burguesía. En estas condiciones, estimuladas por la social-democracia (tipo Suecia) o la democracia cristiana (ensayada como socialismo burgués), la pequeña burguesía, la burocracia y la tecnocracia aumentan tan aceleradamente que ya constituyen la mayoría electoral en casi todos los países industrializados y aún en muchos países subdesarrollados. Estamos, pues, viviendo en una falsa democracia, espúrea, en que el poder político y el poder del dinero van siendo el monopolio de la grande y pequeña burguesía, consorciadas, como clases dominantes, en la democracia parlamentaria, donde los obreros productivos, que van retrocediendo estadísticamente no representan nada ni deciden en nada. Frente a esta estafa política y económica de la democracia parlamentaria, hay una solución: acabar revolucionariamente a la vez con la pequeña y grande burguesía mediante el autogobierno de los productores directos.

La democracia parlamentaria, que surgió con el ascenso al Poder de la burguesía, en la Revolución Inglesa de 1648, en la Revolución Francesa de 1789-93 y en las revoluciones europeas de 1848, ya está obsoleta política, económica, jurídica y socialmente. El ascenso desmedido y acelerado de la clase media improductiva, de la burocracia y de la tecnocracia, sin abolir la gran burguesía, aumenta desproporcionadamente las clases improductivas respecto de los trabajadores productivos. Así las cosas, en el libre juego electoral de la democracia burguesa, siempre van a ganar todas las elecciones las clases improductivas que son las más numerosas, que han aumentado a expensas del incremento de la productividad del trabajo de los obreros y los agricultores, principalmente, dejándolos a éstos en minoría política.

De seguir rectilíneamente el incremento de la productividad del trabajo en el sector de producción de bienes, los trabajadores en servicios aumentarán y los ocupados en la producción disminuirán. Como los productores de bienes, en cierto modo, viven del excedente económico generado por los trabajadores productivos, se va creando una “nueva clase parasitaria”, una burocracia superflua, una masa humana que consume y no produce. Muchos de estos empleados, burócratas, tecnócratas, clases medias de profesiones liberales, con una palabrería izquierdizante se afilian a los partidos socialistas; son asesores de sindicatos institucionalizados; empleados del gobierno, que hablan como trabajadores a los trabajadores productivos; pero que ellos mismos están viviendo de la plusvalía extorsionada al trabajo productivo asalariado.

La democracia parlamentaria, burguesa o pequeño-burguesa, ha conducido al Estado-providencia, a los enormes déficit de los presupuestos de los gobiernos, a la inflación permanente o galopante, porque hay que tener dinero para todo, aunque éste sea cada vez más insolvente. En suma, el Estado ha querido hacer y decidir todo, siendo la empresa económica y política de la clase media ilustrada, para adular a los trabajadores, pero explotándolos por la burocracia o la tecnocracia. Va así la economía de mal a peor, porque la mayor parte del excedente económico producido por el trabajo de los obreros y los agricultores se lo quedan y lo consumen improductivamente las clases medias, falsamente izquierdistas, y las burguesías monopolistas, al servicio de las cuales gobiernan los socialdemócratas, los neoliberales y los democristianos. Frente al Estado caro y malo de todos ellos, hay una solución: la democracia directa, el socialismo de autogestión, la acción directa.

Inflación monetaria y capitalismo

Desde el abandono del régimen del patrón-oro, todas las monedas se han ido deteriorando: unas aceleradamente; otras, más lenta, pero persistentemente; pues el dólar tenía en 1966, alrededor de 30 centavos del poder de compra que tuvo en 1934: año, desde el cual, no se ha devaluado oficialmente. Ello prueba un contrasentido económico: la paridad de poder adquisitivo y la paridad oro del signo-monetario estadounidense están en franca contradicción.

Ninguna moneda nacional, por más fuerte que sea, deja de estar sometida a una tasa de depreciación monetaria constante. Las denominadas “monedas claves” tienen grandes restricciones crediticias, cambiarias, etc. El dólar, por no citar otras monedas europeas, está sometido a reglamentaciones rigurosas; hay prohibición para los americanos de poseer oro (es delito en Estados Unidos); hace, sin autorizar, transferencias de capitales al exterior; existen controles crediticios; rige una tasa de igualación internacional de intereses (EEUU); para evitar la salida de “dólares calientes”; para ganar más intereses fuera que dentro del país.

La inflación monetaria existió en el mundo antiguo, con las primeras civilizaciones sedentarias que comenzaron a practicar el comercio. La diferencia, entre nuestra época, la Antigüedad y la Edad Media, estriba en que ahora una moneda pierde el 100% de su valor adquisitivo en un año, mientras que con régimen de moneda metálica requería un largo proceso histórico. En la Edad Media pasaron varios siglos sin que las monedas cambiaran de valor; incluso se revaluaban, ya que la producción de metales preciosos aumentaba más despacio que la producción de bienes.

Sin embargo, luego del descubrimiento de América, cuando comenzó a llegar a Europa el “oro de Indias”, se produjo la “revolución de los precios”: la “inflación del oro y de la plata”. Por aquella época los precios subían bajando indirectamente los sueldos y salarios. Ello permitió una mayor acumulación de capital para los empresarios, lo que contribuyó notablemente, en Europa, al desarrollo del capital, industrial y mercantil. En ese sentido, la “inflación del oro” produjo la expansión económica acelerada en Europa, con el aumento de la tasa de ganancia para los capitalistas.

En nuestra época, los países subdesarrollados están sometidos a la presión inflacionaria por varios motivos:

a) las burguesías indígenas descargan la crisis de los productos primarios de exportación (que bajan en el mercado mundial) en base al uso y abuso de la devaluación monetaria (para subir dentro todo lo que bajen fuera de sus países el café, las carnes, los minerales, el azúcar, el cacao, las lanas, el caucho natural, las bananas, etcétera).

b) La inflación monetaria es propia de una “sociedad de transición” que ya no es liberal, dado que ha hecho una serie de reformas (seguridad social) y establecido una economía dirigida que dilató tanto la burocracia que, en algunos países, el 40% de los sueldos y los salarios los paga el Estado.

c) Para terminar con la inflación – que ya dura muchos años – no basta con volver al patrón-oro, hay que cambiar el sistema económico, desaburguesándolo (Oeste) y desburocratizándolo (Este).

Si preguntamos sobre el tema de la inflación a un profesor de economía, un estudiante, un campesino, una sirvienta, un comerciante, un ingeniero, un director de banco central y un ministerio de Hacienda, todos opinan lo mismo: la inflación dicen todos, es “moneda insolvente”; “exceso de dinero sobre bienes”; aumento de la moneda sin contrapartida de sus correspondientes productos”; “incremento desmedido de los sueldos y salarios”; “déficit presupuestario”; etc, etc. Si todos opinan lo mismo siendo, siendo de distinto nivel intelectual la sirvienta y el ministro de Hacienda, es evidente que su interpretación de la inflación monetaria es irreal, más subjetiva que objetiva, más psicológica que económica, puesto que se oculta algo importante sobre este problema monetario.

La inflación sistemática, en nuestra época, viene generalmente del abandono del patrón-oro. Con un freno metálico sobre la emisión del papel-moneda (digamos que no se pueda emitir billetes por encima del 40% de su reserva), la inflación monetaria sería casi nula como sucedió a lo largo del siglo XIX, fuera del período de las guerras napoleónicas. Las dos últimas guerras mundiales – como exigieron masas enormes de dinero para movilizar y financiar a toda la sociedad por el Estado – provocaron una inflación acelerada y creciente.

En el Uruguay y en la Argentina, por no citar a otros países subdesarrollados latinoamericanos, la masa de jubilados y pensionados, el Estado-providencia (paga hasta el 40% de los sueldos y salarios de la población activa y absorve la mayor cantidad del volumen del crédito), creando así las condiciones inflacionarias. Quiere decir que estamos en un momento de “transición” a otro “régimen económico” que el existente , que ha dejado de funcionar económicamente. La inflación deriva del hecho contradictorio, de una rara dialéctica económica en que el Estado tiene, por arriba, la nacionalización, mientras perdura, por abajo, la privatización de las fuerzas productivas. Así la economía es híbrida, ya que no es social, sino burguesa y burocrática.

Para terminar con sus efectos, la inflación constante o sistemática, que pareciera no terminar nunca, hay que suprimir, en parte o en todo sus causas.

La inflación interna deriva de una mala política de distribución de la renta bruta nacional (unos toman mucho y otros poco) lo cual da lugar a “fuga de capitales al exterior”, a reducir el volumen de la inversión de capital con la consiguiente desocupación masiva que de ello determina. Para suprimir la inflación de origen externo hay que establecer la competitividad, en calidad y precios, de los productos exportados. Para superar la inflación interna, hay que transferir población improductiva y desocupada a población productiva con más inversión de capital y mejor reparto del trabajo para todos. La inflación más mala de todas, es la que proviene de la subproducción industrial, agropecuaria y de artículos esenciales. Una moneda se revalúa o se devalúa ella sola: si la economía nacional que le da base se expande o se comprime; pues la moneda no es más que el reflejo de una economía determinada. Para salir de la devaluación, la inflación y la reflación solo hay un medio: cambiar todo lo que no marche en la base misma de una economía enferma, anacrónica, agotada por exceso de ganancias ilícitas, por fugas de capitales al exterior, por crecimiento desmesurado de la burocracia, por desocupación en masa.

Pero la causa eficiente de la inflación no es, en sí, la emisión de papel-moneda insolvente, sino que se emite dinero infraccionario porque hay que pagar sueldos sin contrapartida de trabajo productivo a una creciente clase media parasitaria enquistada en el Estado-providencia, en las oficinas de las empresas, en los servicios sociales y públicos, en toda una serie de actividades comerciales, financieras, informativas, que restan capital productivo, haciendo consumo improductivo. En consecuencia, la inflación es el efecto de un Estado caro y malo, de la burocratización , del pago de deudas públicas, de rentas improductivas percibidas por la burguesía.

Mientras haya un régimen economico-social fundado en la explotación del hombre por hombre, sobre la base de que el dinero privado se transforma en capital para asalariar al trabajo, que sea con capitalismo privado, anónimo o estatal, no habrá justicia social, igualdad política y económica, porque habrá unas clases explotadoras, burguesas o burocráticas, que percibirán la plusvalía para el empresario occidental o para la burocracia oriental.

El trabajo siempre produce un mayor excedente económico del que él consume para la producción de bienes, de riqueza social, pero si ese excedente aumenta por la productividad del trabajo, debido al empleo de mejores medios de producción, es natural que los bienes deberían de ser más baratos en horas y minutos de tiempo social medio de producción. Entonces, ¿por qué tienen que valer cada día más los bienes en unidades monetarias? Sencillamente porque la creciente clase media improductiva (Occidente) y la burocracia (Oriente) perciben sueldos sin aporte de trabajo productivo, actuando sobre la demanda en el mercado frente a una oferta de bienes escasa.

De seguir beneficiando el aumento de la productividad del trabajo a las clases medias improductivas, que se incrementan en el Occidente cuatro veces más que el acrecentamiento de la población , resultaría que la cantidad de obreros productivos y agricultores irá disminuyendo en razón inversa al incremento de la productividad del trabajo. De esta manera las clases medias improductivas, las burocracias supernumerarias, seguirán aumentando y viviendo a expensas de la plusvalía del trabajo productivo. Quedaría así poco capital solvente para inversión a fin de llevar adelante la revolución científico-tecnológica: habrá desocupación en la base productiva de la economía, en la industria, la agricultura, la minería, la pesca, los bosques, la producción material. Por el contrario, se producirá sobreocupación en el aparato administrativo del Estado burocrático en las oficinas de las empresas, en los servicios sociales y públicos, donde nada se produce y se consume más por empleado que por obrero o agricultor en la base productiva de la economía. En estas condiciones, la inflación, la desocupación, la injusticia social, el Estado de clase, el dinero como la medida de todos los valores, serán un mal incurable tanto con burguesías o pequeñas burguesías en el Poder como con la burocracia totalitaria soviética.

Oro, rublo y dólar

Con el patrón-oro tendríamos un módulo de valor y un freno para equilibrar los precios internacionales, corrigiendo así los déficit de las balanzas de pagos exteriores. Estados Unidos está perdiendo en su balanza de comercio exterior miles de millones de dólares por año: varias veces el valor de la producción mundial de oro. ¿Si rigiera el patrón-oro, Estados Unidos no se podría permitir esos déficit que no paga ni le obliga a devaluar el dólar, ya que los dólares que debe a otros países nunca los recupera con oro, por la sencilla razón de según los acuerdos del FMI-, el dólar es igual al oro pero no lo es desde el momento en que tiene una reserva de oro que no cubre ni una ínfima parte de sus obligaciones o deudas internacionales, exigibles en divisas u oro, pero que nunca abona.

No es posible seguir con el juego absurdo de que si el yanqui pierde sus fichas (dólares-papel) les diga a los que jueguen con él que las guarden, pero si éstos las pierden tienen que recomprarlas con oro. Bajo esta ley del embudo, la prosperidad norteamericana no es exclusivamente interna, sino proveniente de la exportación de su crisis a los países acreedores de USA.

Muchos precios internos, en Estados Unidos, aumentaron más del 300%, desde la última devaluación del dólar en 1934 hasta 1960-70, pero esta moneda, absurdamente, seguía valiendo constantemente el mismo peso en oro. Claro, el Tesoro norteamericano quería comprar oro al precio de 1934, pero no lo vendía a ese mismo precio; y para ello, hace que otros países guarden la divisa-dólar, sin pedir nunca a Washington su contrapartida en oro.

La economía norteamericana está hecha de fantasías: unos años más, y todo se irá al suelo, en una crisis económica que lo abarcará todo. Al insistir en la inmutabilidad del dólar, y no aceptar su debida devaluación, su destronamiento en el FMI hace más insostenible e insoportable el imperialismo norteamericano.

Francia, con el gobierno del general De Gaulle, desencadenó la batalla del franco contra el dólar, pero el franco francés era un soldado mal armado contra USA.

La debilidad de Estados Unidos comienza a estar ahora, no en los armamentos, sino en la inconvertibilidad del dólar en oro, por falta de reservas aúreas para recuperar sus deudas externas.

Hay pues que prepararse para que surja una gran depresión mundial, en que Estados Unidos sería su causa eficiente; quizá con esta Gran Crisis surgiría en el mundo un nuevo sistema económico que no tenga necesidad del dólar ni del oro, sino de la armonía de todos los pueblos dentro de una sociedad libertaria, federativa y socialista, en que se integren los pueblos por encima del nacionalismo burgués, de los intereses privados, del imperialismo económico y del hegemonismo, liberándose al mismo tiempo del dólar y del rublo como símbolos de economías imperiales, causantes de las crisis mundiales, de las guerras universales.

El capitalismo liberal, cuando la ley de la oferta y la demanda y la ley del valor de cambio jugaban en el mercado como leyes de su autorregulación económica sin la intervención del Estado; cuando los gobiernos no podían poner moneda en circulación sino en función de la entrada o salida de oro, en más o en menos, según los principios de los puntos de entrada o salida del oro; cuando la competencia mercantil no era limitada por monopolios privados o de Estado; la economía era más diáfana que en nuestra época en que el liberalismo se ha transformado en dirigismo y las monedas de valor efectivo en meros símbolos de papel, monedas-créditos como el DEG del FMI o de cuenta como el ECU de la CEE.

El rublo en su zona de dominación imperial, y en igual medida el dólar en la suya, uno, en el COMECON; otro, en el FMI, hacen la ley y la trampa; sus mecanismos monetarios internacionales crean un neo-colonialismo no menos oneroso que el viejo colonialismo directo ejercido por los viejos imperios. Por otra parte, explotando a los países subdesarrollados o dependientes, ya se trate de Mongolia, en Oriente, o de Latinoamérica, en Occidente, el rublo y el dólar dominan al mundo: uno, hablando de “países hermanos socialistas”; otro, de “democracias occidentales”, de “derechos del hombre”; pero, en realidad, el rublo y el dólar son el exponente del hegemonismo soviético y del imperialismo yanqui. Gracias a estas políticas de dominación, el rublo y el dólar crean relaciones de intercambio injustas para los países sometidos, endeudados en función de esa injusticia, teniendo que aceptar pasivamente el “pacto colonial” con el rublo, en el COMECON, y con el dólar, en el FMI, en el Banco Mundial, en el GATT y en las Naciones Unidas, donde soviéticos y yanquis ejercen el derecho de veto. He ahí la democracia de trocha angosta del Kremlin y de la Casa Blanca; ambos regímenes, uno con capitalismo de Estado y otro, con capitalismo multinacional y monopólico, se llenan la boca de democracia; pero, realmente, ni el hegemonismo soviético ni el imperialismo del dólar son democráticos, sino autocráticos.

martes, 13 de octubre de 2009

Moneda, ingreso y clases.

Antes de la emisión de papel – moneda y de la moneda escritural (cheques, pagarés, etc.), las transacciones comerciales se realizaban por medio de un equivalente general de valor económico: los metales preciosos (oro y plata); y las pequeñas compras y ventas individuales, en el comercio minorista, se hacían regularmente con monedas de cobre y plata. Bajo el sistema de las monedas metálicas, la inflación monetaria era más lenta que con el régimen del papel – moneda; pues era necesario dividir o subdividir las monedas de oro y plata en otras menores, conservando su antiguo valor numeral; pero no su verdadero valor intrínseco, real.

A finales del siglo pasado, los países se dividieron entre monometalistas (“gold buillion Standard”) y bimetalistas (plata y oro, monetariamente en concurrencia); pero se impuso, posteriormente, el patrón-oro, naufragado luego de la primera guerra europea, en 1931-34, cuando la libra esterlina se devaluó y abandonó el patrón-oro en 1931, y el dólar, en 1934, desoyendo entonces Roosevelt las recomendaciones de la Conferencia Económica Mundial de Londres, a la cual bloqueó Estados Unidos.


El “gold Exchange Standard” (medida aritmética entre el oro y las divisas fuertes como la libra y el dólar) ya regía a principios de siglo, para la India, el Japón y otros países, que aceptaban como valor-reserva de sus bancos centrales, el oro, la libra esterlina y el dólar. En el caso de la India, que entonces era una colonia británica, se explica que considerase a la libra-papel como valor equivalente al oro. Sin embargo, cuando la libra esterlina se devaluó en 1931, quienes le habían tenido fé perdieron mucho económicamente, cosa que pudiera repetirse, otra vez, con la esterlina y el dólar; ahora que el “gold Exchange Standard” se aproxima a su cierta quiebra, por la insuficiencia de reservas de oro de Estados Unidos e Inglaterra para responder a sus cuantiosas obligaciones internacionales, en divisas debidas a otros países; pero no convertidas en oro.


Bajo las determinantes históricas de las depresiones económicas y de las crisis monetarias, el régimen capitalista ha pasado por los siguientes sistemas monetarios:


a) oro, plata y cobre amonedados;

b) patrón-oro en lingotes (“gold buillon Standard”);

c) patrón-oro (circulación monetaria en papel controlada por un determinado porcentaje de ella en oro, arriba de lo cual no se podía emitir moneda sin que entrara más oro, o sin que hubiera más producción de bienes y servicio);

d) oro-patrón-divisa (gold Exchange Standard), que está actualmente en vigencia, en el Fondo Monetario Internacional (FMI), más simbólica que realmente, en el texto de su constitución pero no en la realidad luego de la desmonetización del dólar, de su inconvertibilidad en oro.


En las sociedades de clases poseedoras y desposeídas de la riqueza social, en la economía mundial dirigida por los países industrializados sobre los países subdesarrollados, en un mundo dividido entre el bloque soviético y el bloque occidental, las monedas no son objetivamente valor equitativo para todos, ya que el dólar controla el sistema monetario internacional, en el Oeste, y el rublo en igual medida, lo hace en el Este, en el COMECON. Así las cosas, el hegemonismo soviético, en su zona monetaria, y el imperialismo del dólar, en la suya, establecen relaciones de intercambio inequitativas, favorables al rublo y al dólar, creando así una economía mundial dominada por el Kremlin o Wall Street.


En la esfera de las economías nacionales, las monedas no son patrón de valor equitativo para todos, ya que cada clase social recibe diferentes cantidades de dinero según el estamento a que pertenece, creando así consumos desiguales, distintos niveles de vida, que se traducen en clases distintas, pobres o ricas, dominadas o dominantes. Estas diferencias socio-económicas son diáfanas en el Oeste, donde la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, determina que una minoría sea capitalista y una mayoría asalariada, dependiente del capital privado. En el Este como el Estado es el propietario de los medios de producción y de cambio, de las empresas, de los bancos, de la tierra, de todo y de todos, la existencia de las clases, en el sentido clásico de la sociología marxista, se halla velada, mediante categorías semánticas o nominalistas: “sociedad socialista”, “Estado de todo el pueblo”, “propiedad social”, “sociedad sin clases”, “sociedad comunista”: pero, en realidad, el dinero repartido tan desigualmente en Rusia como en los países capitalistas, crea ingresos diferenciales tan desiguales como en el Occidente burgués. Así, pues, en el Este existen clases sociales dominantes y dominadas, bajo la burocracia totalitaria y el pueblo asalariado por el Estado-patrón, empresa monopolizada por la burocracia. Por otra parte, el ingreso monetario de un campesino koljosiano es menor que el de un obrero industrial urbano y el de un obrero muy inferior al de los pocos dirigentes que figuran en la “Nomenclatura”: oligarquía roja.


En suma, el dinero para que no crease clases sociales antagónicas, tendría que ser medio de cambio en una sociedad basada en la igualdad económica entre los hombres, en una economía autogestionaria de las empresas de los servicios sociales y públicos, en una democracia directa, sin parlamentarismo burgués o burocrático, sin profesionales de la política, sin partidos políticos burgueses o pequeño-burgueses, a fin de que el pueblo trabajador se autogobierne en una democracia de participación plena.