jueves, 29 de octubre de 2009

Inflación monetaria y capitalismo

Desde el abandono del régimen del patrón-oro, todas las monedas se han ido deteriorando: unas aceleradamente; otras, más lenta, pero persistentemente; pues el dólar tenía en 1966, alrededor de 30 centavos del poder de compra que tuvo en 1934: año, desde el cual, no se ha devaluado oficialmente. Ello prueba un contrasentido económico: la paridad de poder adquisitivo y la paridad oro del signo-monetario estadounidense están en franca contradicción.

Ninguna moneda nacional, por más fuerte que sea, deja de estar sometida a una tasa de depreciación monetaria constante. Las denominadas “monedas claves” tienen grandes restricciones crediticias, cambiarias, etc. El dólar, por no citar otras monedas europeas, está sometido a reglamentaciones rigurosas; hay prohibición para los americanos de poseer oro (es delito en Estados Unidos); hace, sin autorizar, transferencias de capitales al exterior; existen controles crediticios; rige una tasa de igualación internacional de intereses (EEUU); para evitar la salida de “dólares calientes”; para ganar más intereses fuera que dentro del país.

La inflación monetaria existió en el mundo antiguo, con las primeras civilizaciones sedentarias que comenzaron a practicar el comercio. La diferencia, entre nuestra época, la Antigüedad y la Edad Media, estriba en que ahora una moneda pierde el 100% de su valor adquisitivo en un año, mientras que con régimen de moneda metálica requería un largo proceso histórico. En la Edad Media pasaron varios siglos sin que las monedas cambiaran de valor; incluso se revaluaban, ya que la producción de metales preciosos aumentaba más despacio que la producción de bienes.

Sin embargo, luego del descubrimiento de América, cuando comenzó a llegar a Europa el “oro de Indias”, se produjo la “revolución de los precios”: la “inflación del oro y de la plata”. Por aquella época los precios subían bajando indirectamente los sueldos y salarios. Ello permitió una mayor acumulación de capital para los empresarios, lo que contribuyó notablemente, en Europa, al desarrollo del capital, industrial y mercantil. En ese sentido, la “inflación del oro” produjo la expansión económica acelerada en Europa, con el aumento de la tasa de ganancia para los capitalistas.

En nuestra época, los países subdesarrollados están sometidos a la presión inflacionaria por varios motivos:

a) las burguesías indígenas descargan la crisis de los productos primarios de exportación (que bajan en el mercado mundial) en base al uso y abuso de la devaluación monetaria (para subir dentro todo lo que bajen fuera de sus países el café, las carnes, los minerales, el azúcar, el cacao, las lanas, el caucho natural, las bananas, etcétera).

b) La inflación monetaria es propia de una “sociedad de transición” que ya no es liberal, dado que ha hecho una serie de reformas (seguridad social) y establecido una economía dirigida que dilató tanto la burocracia que, en algunos países, el 40% de los sueldos y los salarios los paga el Estado.

c) Para terminar con la inflación – que ya dura muchos años – no basta con volver al patrón-oro, hay que cambiar el sistema económico, desaburguesándolo (Oeste) y desburocratizándolo (Este).

Si preguntamos sobre el tema de la inflación a un profesor de economía, un estudiante, un campesino, una sirvienta, un comerciante, un ingeniero, un director de banco central y un ministerio de Hacienda, todos opinan lo mismo: la inflación dicen todos, es “moneda insolvente”; “exceso de dinero sobre bienes”; aumento de la moneda sin contrapartida de sus correspondientes productos”; “incremento desmedido de los sueldos y salarios”; “déficit presupuestario”; etc, etc. Si todos opinan lo mismo siendo, siendo de distinto nivel intelectual la sirvienta y el ministro de Hacienda, es evidente que su interpretación de la inflación monetaria es irreal, más subjetiva que objetiva, más psicológica que económica, puesto que se oculta algo importante sobre este problema monetario.

La inflación sistemática, en nuestra época, viene generalmente del abandono del patrón-oro. Con un freno metálico sobre la emisión del papel-moneda (digamos que no se pueda emitir billetes por encima del 40% de su reserva), la inflación monetaria sería casi nula como sucedió a lo largo del siglo XIX, fuera del período de las guerras napoleónicas. Las dos últimas guerras mundiales – como exigieron masas enormes de dinero para movilizar y financiar a toda la sociedad por el Estado – provocaron una inflación acelerada y creciente.

En el Uruguay y en la Argentina, por no citar a otros países subdesarrollados latinoamericanos, la masa de jubilados y pensionados, el Estado-providencia (paga hasta el 40% de los sueldos y salarios de la población activa y absorve la mayor cantidad del volumen del crédito), creando así las condiciones inflacionarias. Quiere decir que estamos en un momento de “transición” a otro “régimen económico” que el existente , que ha dejado de funcionar económicamente. La inflación deriva del hecho contradictorio, de una rara dialéctica económica en que el Estado tiene, por arriba, la nacionalización, mientras perdura, por abajo, la privatización de las fuerzas productivas. Así la economía es híbrida, ya que no es social, sino burguesa y burocrática.

Para terminar con sus efectos, la inflación constante o sistemática, que pareciera no terminar nunca, hay que suprimir, en parte o en todo sus causas.

La inflación interna deriva de una mala política de distribución de la renta bruta nacional (unos toman mucho y otros poco) lo cual da lugar a “fuga de capitales al exterior”, a reducir el volumen de la inversión de capital con la consiguiente desocupación masiva que de ello determina. Para suprimir la inflación de origen externo hay que establecer la competitividad, en calidad y precios, de los productos exportados. Para superar la inflación interna, hay que transferir población improductiva y desocupada a población productiva con más inversión de capital y mejor reparto del trabajo para todos. La inflación más mala de todas, es la que proviene de la subproducción industrial, agropecuaria y de artículos esenciales. Una moneda se revalúa o se devalúa ella sola: si la economía nacional que le da base se expande o se comprime; pues la moneda no es más que el reflejo de una economía determinada. Para salir de la devaluación, la inflación y la reflación solo hay un medio: cambiar todo lo que no marche en la base misma de una economía enferma, anacrónica, agotada por exceso de ganancias ilícitas, por fugas de capitales al exterior, por crecimiento desmesurado de la burocracia, por desocupación en masa.

Pero la causa eficiente de la inflación no es, en sí, la emisión de papel-moneda insolvente, sino que se emite dinero infraccionario porque hay que pagar sueldos sin contrapartida de trabajo productivo a una creciente clase media parasitaria enquistada en el Estado-providencia, en las oficinas de las empresas, en los servicios sociales y públicos, en toda una serie de actividades comerciales, financieras, informativas, que restan capital productivo, haciendo consumo improductivo. En consecuencia, la inflación es el efecto de un Estado caro y malo, de la burocratización , del pago de deudas públicas, de rentas improductivas percibidas por la burguesía.

Mientras haya un régimen economico-social fundado en la explotación del hombre por hombre, sobre la base de que el dinero privado se transforma en capital para asalariar al trabajo, que sea con capitalismo privado, anónimo o estatal, no habrá justicia social, igualdad política y económica, porque habrá unas clases explotadoras, burguesas o burocráticas, que percibirán la plusvalía para el empresario occidental o para la burocracia oriental.

El trabajo siempre produce un mayor excedente económico del que él consume para la producción de bienes, de riqueza social, pero si ese excedente aumenta por la productividad del trabajo, debido al empleo de mejores medios de producción, es natural que los bienes deberían de ser más baratos en horas y minutos de tiempo social medio de producción. Entonces, ¿por qué tienen que valer cada día más los bienes en unidades monetarias? Sencillamente porque la creciente clase media improductiva (Occidente) y la burocracia (Oriente) perciben sueldos sin aporte de trabajo productivo, actuando sobre la demanda en el mercado frente a una oferta de bienes escasa.

De seguir beneficiando el aumento de la productividad del trabajo a las clases medias improductivas, que se incrementan en el Occidente cuatro veces más que el acrecentamiento de la población , resultaría que la cantidad de obreros productivos y agricultores irá disminuyendo en razón inversa al incremento de la productividad del trabajo. De esta manera las clases medias improductivas, las burocracias supernumerarias, seguirán aumentando y viviendo a expensas de la plusvalía del trabajo productivo. Quedaría así poco capital solvente para inversión a fin de llevar adelante la revolución científico-tecnológica: habrá desocupación en la base productiva de la economía, en la industria, la agricultura, la minería, la pesca, los bosques, la producción material. Por el contrario, se producirá sobreocupación en el aparato administrativo del Estado burocrático en las oficinas de las empresas, en los servicios sociales y públicos, donde nada se produce y se consume más por empleado que por obrero o agricultor en la base productiva de la economía. En estas condiciones, la inflación, la desocupación, la injusticia social, el Estado de clase, el dinero como la medida de todos los valores, serán un mal incurable tanto con burguesías o pequeñas burguesías en el Poder como con la burocracia totalitaria soviética.

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